Etapa 06. Gallegos de Argañán - Almeida (23,9 Km)

Sexto día de Camino.
En esta etapa dejamos atrás el campo charro y la dehesa salmantina para entrar en Portugal. El widget del tiempo de mi teléfono móvil me mostraba cuatro soles como monedas de oro. Uno para hoy, y el resto para los días siguientes. Decidimos por lo tanto seguir madrugando para acortar kilómetros aprovechando la fresca.
A partir de Alba de Yeltes la señalización con flechas amarillas va aumentando. Hay que estar atento no obstante en cruces y ciertos tramos. De todos modos, seguí llevando encendido un GPS Garmín eTrex 20 que nos guió con exactitud en todo momento, gracias a los tracks de Luis Antonio Miguel Quintales en su web Caminotorres.com

Así que a las 5 y media nos levantamos con la espalda un poco anquilosada del duro suelo y con más sueño que una marmota. Calentamos café con leche en un microondas y desayunamos con un rico bizcocho. Antes de salir saqué dos botellas de agua del frigorífico, una de 1 litro y otra de medio litro, que serían las que llevaríamos a partir de hoy, pues ya empezamos a encontrar poblaciones intermedias en donde poder rellenar las botellas. Salimos de Gallegos de Argañán sobre las 6 y media por una carretera comarcal, y cuando las luces del pueblo quedaron atrás, fue la luna llena quien iluminó la carretera hasta que en media hora amaneció.


Sobre las 8 llegamos a La Alameda de Gardón. Conversamos con un señor mayor que nos interceptó en el centro del pueblo y luego nos comentó que para llegar a Aldea del Obispo, el camino más corto era por San Pedro Viejo, a lo que agradecimos el consejo y respondimos que seguiríamos las flechas amarillas para evitar perdernos.



Abandonamos la población por una cómoda pista de tierra, que después de 2 kilómetros de pastizales y cereal segado, nos adentra en un bonito recorrido paralelo al Rivera de dos Casas. Contemplamos gran variedad de arboles y pequeñas huertas diseminadas en los margenes del río.



Una hora después atravesamos la población de Castillejo de dos Casas sin pena ni gloria, pues no nos cruzamos con ningún vecino y tras media hora llegamos a Aldea del Obispo. Pensábamos reponer fuerzas en el bar, pero todavía estaba cerrado, así que compramos unos embutidos ibéricos y un bollo de pan en una tienda y nos dimos un pequeño homenaje en unos bancos a la salida del pueblo.

Tras el almuerzo, llené las botellas en una fuente y salimos por carretera. Sobre las 10 y media pasamos por la entrada al Real Fuerte de la Concepción, pero decidimos no desviarnos pues el sol ya pegaba fuerte y no te anima mucho a hacer visitas turísticas. Después de 1 kilómetro  atravesamos el río Turones por un pequeño puente y entramos en Portugal.



La primera población que encontramos fue Vale da Mula, y a la entrada del pueblo, estratégicamente situado, un pequeño cartel que indicaba el bar. Allá nos fuimos y pedimos dos Sagres de barril fresquitas.
Tras el descanso, salimos del pueblo y transitamos por carretera durante un par de horas hasta llegar a Almeida.



Entramos en la fortaleza por las puertas de São Francisco, y al pasar por la oficina de turismo aprovechamos para sellar las credenciales y pedir un plano de la ciudad.



Nos dirigimos después hasta el cuartel de los Bombeiros Voluntarios, y al preguntar por el a una señora, nos dijo que el cuartel viejo estaba cerca pero que se habían mudado y que el nuevo se encontraba fuera de las murallas  Así que salimos del recinto amurallado hacia el cuartel nuevo. Al llegar hablamos con un bombeiro y nos contestó que no habría problema en alojarnos, pero que debía recibir la aprobación del comandante. Al no lograr comunicar con el, nos dijo que podíamos esperar en el bar de los bombeiros, y allí nos fuimos.
Tras tomar unos quintos de cerveza en el bar, apareció Rui, que así se llamaba el bombeiro, y nos comunico que podíamos dormir en el cuartel viejo.



Nos trasladó hasta el cuartel en un R4 de los bombeiros y nos mostró las duchas y unas literas en la segunda planta. Nos recomendó un sitio para comer y el único requisito que nos pidió fue que cerráramos con llave la puerta, pues en la planta baja conservan varios vehículos antiguos dignos de exponerse en algún museo.


Fuimos a comer al 1810, un humilde restaurante en el interior de la ciudad, con una diaria (menú del día) sencilla, pero bien elaborada. Quedamos encantados y al pagar preguntamos si preparaban bacalhau, pensando en volver a la hora de la cena. Nos trajo una carta en donde aparecía de cuatro formas distintas de preparación. Todas ellas a 6 € la dose (ración).

Volvimos al cuartel, nos duchamos y dormimos una merecida siesta.
Salimos más tarde a recorrer la ciudad y pasamos por una callejuela en donde había una pequeña terraza en la que sonaba Nirvana a un volumen aceptable. Decidimos tomar unos botellines de cerveza escuchando música y contemplando el ir y venir de los gatos. Poco después estábamos conversando con Rubén, el dueño del bar, un chaval joven que nos fue contando cosas sobre la ciudad y nosotros anécdotas del Camino. Entre charla y charla, Rubén se fue adentro y salió con tres botellines, y más tarde para corresponder con el gestó, pagué yo otra ronda. Antes de marcharnos nos contó que estaban en fiestas, y esa noche celebraban reuniones de peñas o tertulias. El y sus amigos tenían una y nos invitó a ir. Respondimos que madrugábamos al día siguiente y que después de cenar lo pensaríamos.
A todo esto ya era hora de cenar y allá nos fuimos. Pedimos sopa de legumes, bacalhau con tomate y bacalhau a casa, acompañado de vinho verde. Después de la sopa, cuando llego la primera bandeja de bacalhau, nos dimos cuenta que ya nos llegaba para los dos. Comimos igual la segunda bandeja y no pedimos postre por que no nos entraba más.
Antes de volver al cuartel, pasamos por la calle y la puerta que nos indicó Rubén. Llamamos y nos recibió un amigo suyo que ya sabía de nosotros y que nos invitó a entrar.
Era una casa antigua con un bonito patio con mesas y sillas en el que preparaban carne en una barbacoa. No comimos nada pues estábamos llenos, pero bebimos unas cervezas que nos servimos de un improvisado grifo en la entrada del patio.
Pasamos una agradable velada y sobre las 12 de la noche nos despedimos de todos agradeciendo la invitación.
Cuando nos acostamos, a través de las ventanas abiertas del cuartel se colaba la música de una peña cercana. Nos dormimos igual, cansados como estábamos del intenso día.

Tan solo nos queda agradecer de nuevo a los Bombeiros Voluntarios de Almeida la confianza y hospitalidad recibida.

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